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Los niños o jóvenes que comienzan a temprana edad con la práctica del futbol americano pueden tener mayor riesgo de sufrir daño cerebral en su edad adulta.
Un nuevo estudio dirigido por el Centro de ETC de la Universidad de Boston sugiere que los golpes que reciben los jugadores en su camino hacia la fama y la gloria pueden tener un impacto mayor en sus cerebros de lo que se sabía hasta ahora.
Los científicos descubrieron que los golpes repetidos en la cabeza también pueden provocar una disminución de la materia blanca en el cerebro, lo que podría causar un comportamiento impulsivo y otros problemas relacionados con el pensamiento, tanto si una persona padece enfermedad cerebral degenerativa (ETC, por sus siglas en inglés) como si no.
La investigación, publicada en Brain Communications, demostró que quienes empiezan a jugar al fútbol americano a una edad temprana o lo practican durante más de 11 años corren un riesgo mayor.
“El daño a la sustancia blanca puede ayudar a explicar por qué los jugadores de fútbol parecen más propensos a desarrollar problemas cognitivos y de comportamiento más adelante en la vida, incluso en ausencia de ETC”, explicó el neuropatólogo Thor D. Stein, profesor asociado de patología y medicina de laboratorio de la Facultad de Medicina Chobanian & Avedisian de la Universidad de Boston.
Detalles del estudio y resultados
Para profundizar en el efecto de los golpes repetidos en la cabeza sobre estas conexiones, los investigadores analizaron los cerebros de 205 futbolistas aficionados y profesionales. Todos habían pedido que sus cerebros fueran donados al Banco de Cerebros UNITE de la Universidad de Boston, que cuenta con más de 1,200 cerebros, después de su muerte. Al parecer, la mayoría de los ex jugadores -el 75,9%- habían sufrido daños funcionales y, según los investigadores, muchos de ellos (aunque no todos) padecían también ETC.
Parte del equipo se concentró en investigar la mielina, una membrana de lípidos y proteínas que envuelve y refuerza el cableado cerebral, como la cubierta de plástico que rodea un cable aislado. Mediante unas pruebas bioquímicas llamadas inmunoensayos, midió los niveles de dos proteínas de la mielina, la glicoproteína asociada a la mielina (MAG) y la proteolípido proteína 1 (PLP). “La presencia de estas proteínas es un indicador de la integridad de la sustancia blanca”, explica Stein. A menos mielina, menos conexiones eficaces entre las células cerebrales.
Los investigadores se centraron en el lóbulo frontal, la parte del cerebro que controla muchas funciones ejecutivas, desde la memoria y la atención hasta la planificación y el autocontrol. También está en primera línea cuando se trata de golpes de fútbol y conmociones cerebrales. Descubrieron que cuantos más años jugaba alguien al fútbol, menos PLP tenía; los que jugaron más de 11 años tenían menos PLP y MAG que los que tenían carreras más cortas. También descubrieron que los donantes que empezaron antes a jugar al fútbol tenían niveles más bajos de PLP. Stein sospecha que los cerebros jóvenes en desarrollo son especialmente susceptibles a los daños provocados por los repetidos golpes del fútbol americano.
“Quizá los jóvenes que juegan a una edad temprana tengan conexiones especialmente susceptibles de sufrir daños”, afirma Stein. “Descubrimos que si empezabas a una edad más temprana, tenías más probabilidades de tener menos de estas proteínas asociadas a la materia blanca décadas más tarde en la vida”, agrega.
El autor principal del estudio destaca que las medidas más bajas de sustancia blanca en el cerebro pueden derivar en el deterioro de la capacidad de realizar actividades normales de la vida diaria.
“En nuestro estudio, descubrimos que, en los mayores de 50 años, las medidas más bajas de sustancia blanca se asociaban con una capacidad deteriorada para realizar actividades normales de la vida diaria, como pagar facturas, hacer la compra y cocinar, así como con un comportamiento más impulsivo.”
Stein espera que su trabajo también ayude a la gente a evaluar mejor los riesgos de jugar al fútbol, junto con otros deportes de contacto.
“Uno de los mensajes que intentamos transmitir es que no es necesario jugar al fútbol a una edad muy temprana; si se consigue reducir un poco esos años acumulados de juego, se puede conseguir un gran impacto en la salud cerebral“. Este estudio es una prueba más de ello”, concluye.
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