Muchas cosas me vienen a la mente cuando pienso en Tom Brady: el primer Super Bowl que ganó cuando realmente pocos lo conocían, las muchas veces que me rompió el corazón como aficionado, la interesante última vez que lo vi a nivel de cancha, e incluso el día de mi boda.
“La verdadera razón por la que Ricardo y Jill decidieron casarse en esta iglesia es porque en este mismo altar se casó Tom Brady”, relató en tono de broma Monseñor Torgerson durante mi boda religiosa en 2013 en Santa Mónica, California. Unos años antes, el entonces quarterback de los Patriots y la modelo Gisele Bündchen habían sido casados ahí mismo por Torgerson, amigo personal de Tom.
Tom Brady anunció la mañana del miércoles su retiro ahora sí “definitivo” en un video en el que apenas aguantó las lágrimas. Esto vino un año después de decir que se retiraba, solo para cambiar de opinión semanas después, regresar a jugar con los Tampa Bay Buccaneers y con ello causar, presuntamente, su divorcio de Bündchen.
A los ojos del público, Brady debió de colgar el casco el año pasado luego de aquel memorable partido de playoffs contra Los Angeles Rams, equipo que lo eliminó en épica batalla que a pesar del resultado adverso volvió a mostrar el alma inquebrantable del jugador más exitoso que haya existido en el fútbol americano profesional.
Esa tarde de enero de 2022, me acerqué lo más que pude a Brady en la cancha del estadio de Tampa sabiendo que podía estar atestiguando sus horas finales en el “emparrillado”. Fue en todo caso su último juego como campeón reinante y un honor verlo pelear hasta el final.
Pero obviamente no se sentía igual allá por el 2002.
Tom Brady, el hombre más odiado de los deportes
El entonces joven mariscal de New England superaba a Kurt Warner y los Rams en el Super Bowl XXXVI en una de las grandes sorpresas registradas en la NFL. Ese inesperado campeonato que encumbró a Tom Brady dejó muchas dudas en el aire.
Primero por el juego del “Tuck rule” contra los Raiders de Oakland, cuando los árbitros “se sacaron de la manga” una regla fantasma jamás aplicada hasta entonces que salvó a los Patriots de un fumble de Brady sobre la nieve de Foxboro. New England ganó en tiempo extra para avanzar. Ante el malestar del público general se perfilaba el surgimiento de una futura dinastía.
Y después por las sospechas de que los Pats habían robado señales a Pittsburgh en la final de la AFC. Afuera del vestidor de los Steelers y con la honorable compañía de Franco Harris, el legendario corredor que falleció este pasado diciembre, escuché a jugadores de New England burlarse de sus rivales. Las sospechas se hicieron más grandes cuando se supo que los Patriots en efecto filmaron de manera ilegal una práctica de los Rams previa al Super Bowl.
Los Patriots rápido se convirtieron en el equipo más odiado de los deportes en Estados Unidos, y por ende, Tom Brady era el enemigo identificado. Ellos, disfrutando del desdén popular, se volvieron a coronar en los Super Bowls XXXVIII y XXXIX.
El villano Brady fue reivindicado
Diez años más tarde, Brady y sus Pats regresaron al trono al ganar el Super Bowl XLIX. Ya para entonces mi opinión acerca del hombre nacido en San Mateo, California, era muy distinta. Su consistencia y gallardía me fueron ganando poco a poco como aficionado y como analista. Estoy seguro que les pasaba lo mismo a muchos otros seguidores de la NFL. Fue todo un proceso.
Y tengo que admitir que al ver desde la tribuna de prensa en el estadio de Glendale, Arizona, cómo Brady recibía otro trofeo Lombardi luego de vencer a los Seattle Seahawks, me dio alegría.
Resulta que en las dos semanas previas a ese partido explotó el llamado “Deflategate”, el escándalo de que Brady presuntamente pedía desinflar los balones de juego a su gusto. Es cierto que las reglas de juego deben cumplirse, incluso las menos conocidas, pero la idea de que por esa razón los Pats y Brady habían llegado al Super Bowl fue un verdadero chiste en un deporte como este. Se sintió como una cacería de brujas.
Además, el tratamiento del caso por parte del comisionado de la NFL ese año y el siguiente, empujando el tema a nivel de tribunales, fue terrible. Así que ver a Roger Goodell entregarle de mano en mano a Brady el premio de MVP fue satisfactorio.
Brady ganó su quinto título en el Super Bowl LI con su obra maestra: la histórica remontada contra los Atlanta Falcons tras haber estado abajo 28-3 en el marcador. Y quienes no recuerden los detalles de la voltereta, seguro recordarán el berrinche de Brady al descubrir que su jersey de juego con el número 12 había sido robado después del partido. Penosamente, el ladrón resultó ser un “periodista” mexicano.
“The GOAT” Brady y otra noche triste para los Rams
Dos años después, ya en mi rol de analista de radio para los Rams, me tocó comentar en Atlanta cómo Brady hacía lo suficiente para volver a coronarse y evitar que Los Ángeles celebrara un ansiado campeonato. Fue en el Super Bowl LIII. Ya entonces casi nadie podía atreverse a cuestionar si “TB12” era el más grande de la historia, o como dicen en inglés, “The GOAT”.
Con todos los récords importantes de un quarterback en su poder, Brady se marchó de New England con rumbo a Florida y en su primer año con los Buccaneers lo hizo de nuevo: ganar el Super Bowl, su séptimo, a los 43 años de edad. Por cierto, los tres Super Bowls que perdió, los jugó bien y estuvo cerca de ganarlos también.
Tom Brady, cuyo partido final terminó siendo una derrota contra Dallas en la que lanzó 66 pases este 16 de enero, deja el campo de juego con cifras monstruosas, muchos récords que lucen inalcanzables y la admiración total de la afición, incluso de sus oponentes en la cancha y de sus detractores.
Tal vez lo más asombroso de este hombre mitológico de la NFL moderna es que todo lo hizo sin haber sido nunca el quarterback con el brazo más fuerte, ni el más preciso, ni tampoco el de las mejores lecturas en la línea de golpeo, ni mucho menos el más versátil porque la movilidad nunca fue lo suyo.
Brady lo hizo con su elevada habilidad para realizar todo tipo de pase, con su enorme inteligencia y astucia de zorro, y sobre todo con un insaciable apetito devorador de triunfos, un liderazgo en su máxima expresión que en todo momento elevó a sus compañeros, y un absoluto odio a fracasar.
Se acabó una era, la era de Tom Brady, y sinceramente tomará un tiempo imaginarse la NFL sin él.