SAN JUAN ZITLALTEPEC.- Entre los sacrificios que Emmanuel “Vaquero” Navarrete ha tenido que hacer para ser tricampeón mundial de boxeo, hay uno muy peculiar que le viene a la mente en los momentos más difíciles de la preparación para las peleas: la tortilla.
Piensa en ella antes y después de los entrenamientos, mientras pule el abdomen, fortalece piernas, brazos y puños en los gimnasios lejos de casa a donde se muda para enfocarse y cumplir con rigurosas dietas sin carbohidratos y enfrentar así a los mejores deportistas del mundo.
Lo confiesa sin titubeos, en entrevista con este diario en su casa de San Juan Zitlaltlepec, un poblado del Estado de México que no llega a los 20,000 habitantes, donde nació el boxeador, donde es uno más, la raíz que siempre lleva en la mente, en la cabeza, en el corazón y, desde luego, en el estómago.
Hace poco estuvo en un entrenamiento riguroso para pelear en el Desert Diamond Arena de Glendale, Arizona, por el título mundial vacante superpluma de la Organización Mundial de Boxeo, que dejó el estadounidense Shakur Stevenson.
Todos los días se levantaba a las 6:00 de la mañana, corría entre 25 y 55 minutos y después hacía dos horas en el gimnasio con una dieta rigurosa, sin grasa, sin mucha agua. En ese contexto, redujo el número de tortillas, de seis por comida a cero.
“Para mí lo más difícil de ser campeón mundial no es el desgaste físico, sino dejar a la familia y pasar dos o tres meses en otros lugares (generalmente en Tijuana) para prepararme en otras ciudades donde la comida no es la misma”, detalla en la estancia de la su casa, un espacio amplio y luminoso que construye de a poco, logro tras logro.
“Aquí, en el pueblo, la gastronomía es muy buena: gorditas, tortillas, tlacoyos, todo es muy natural. Aquí se siembra el maíz, se cosecha, tenemos la cultura del maíz, que es como el arroz de los chinos”.
Después de su victoria frente al australiano Liam Wilson, a principios de febrero, las cosas van mejor para “Vaquero”. No está en preparación intensa y puede salir en su camioneta de neumáticos cuatro por cuatro echando polvo hacia el mercadito municipal y bañarse en Mesoamérica con la variedad de platillos.
Tacos de barbacoa y de “canasta” con guisados en salsa verde o rojas; tostadas con tinga con mole, con suadero de res; gorditas de chicharrón y haba, de frijol que se alzan sobre el molino de maíz cocido, sobre el comal, sobre los alrededores, sobre México.
“De aquí es”.
Emmanuel Navarrete lleva su estilo mexicano hasta el ring. Los analistas deportivos dicen que es como la mayoría de los campeones boxeadores del país él “va al frente, recibe castigo, se sobrepone, da metralla y gana”.
Así lo hizo en su más reciente pelea que lo metió al club selecto de tricampeones mundiales de México, junto a Julio César Chávez, Érik Morales, Marco Antonio Barrera, Juan Manuel Márquez, Jorge Arce, Fernando Montiel, Leo Santacruz, Abner Mares y Canelo Álvarez.
“Soy el décimo en entrar como Tricampeón”, acota Navarrete, de 28 años, después de levantarse de la lona, recibir metralla, sobreponerse y vencer por Nocaut a Liam Wilson en el noveno asalto y así coronarse campeón mundial en tres divisiones distintas.
—El 10 es un gran número, de suerte…
—No se qué pensar al respecto, pero soy el décimo mexicano que logra un título de este tipo.
El boxeador ganó su primera corona mundial en peso supergallo cuando venció a Isaac Dogboe por decisión unánime en diciembre de 2018, lo que le dio el título de la Organización Mundial de Boxeo (OMB), un cinturón que defendió con éxito en cinco ocasiones.
Dos años después, superó a Rubén Villa para conquistar la presea vacante de peso pluma de la OMB que defendió invicto en tres ocasiones.
La única vez que ha perdido el mexiquense fue en 2012 cuando cayó ante Daniel Argueta en cuatro asaltos. En aquel tiempo, Navarrete tenía apenas seis contiendas como profesional y a pesar de la derrota, obtuvo el Cinturón de Oro XVIII debido a que su rival no se había presentado al pesaje.
En total, presume un récord de 37 combates.
La familia de Vaquero quiso que sus hijos fueran deportistas. La madre, sufría por los golpes que esto implicaba, pero aceptó que el padre los animara para que los tres hermanos fueran al gimnasio de San Juan Zitlatepec, donde aún entrenan después de trabajar en la construcción, como siempre lo han hecho.
El mayor de ellos se casó y ya no siguió la carrera; el segundo, regresó hace poco al cuadrilátero profesional y recientemente ganó una pelea; Emmanuel quiso hacer todo al mismo tiempo: pelear duro, trabajar en la construcción, echar novia, tener tres hijos y ser el mejor del mundo, ¿por qué no?
“Terminé la secundaria en el pueblo y ya no quise ir a la preparatoria, mejor boxeaba y trabajaba, boxeaba y trabajaba y la vida me dio la oportunidad de ir creciendo”.
A pesar de las glorias que da el boxeo, Vaquero no quiere que sus hijos boxeen. Todavía son pequeños (tienen ocho y dos años y un bebé de ocho meses), pero él piensa en evitarles sufrimientos “mejor que estudien o hagan otra cosa”. No lo dice por los golpes, acota: “lo más fácil es tirar y recibir golpes”, sino por lo que conlleva ser campeón del mundo.
“Te puedes quedar sin amigos por estar entrenando, no tienes vida personal”.
Por suerte, él puede salir del pueblo y pasear sin problemas, los pobladores se lo encuentran de manera casual y lo saludan como cuando él era un muchachito y se iba a correr a la laguna para entrenar. “Es una persona muy sencilla”, dice Faustino Delgado, uno de los pobladores del pueblo que lo conoce desde niño.
Emmanuel Navarrete piensa en su retiro, aunque solo tiene 28 años. “Me voy a retirar joven y quiero una vida más sedentaria, más familiar, quiero tener ganado, reses, borregos, gallinas, guajolotes, puercos y cuidarlos yo”, dice.
Por lo pronto ya compró algunos de esos animales que deambulan a lo lejos, detrás del corral que alcanza a observarse detrás de los cristales durante la entrevista en la sala de su casa. Vaquero tomó el apodo de su entrenador, pero tiene mucho de ganadero.
Como no tiene una pelea en puerta, se dedica a esto: a estar con la familia, pasear, hacer un poco de ejercicio y, por supuesto, a comer de todo. Tortillas para empezar.
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