MEXICO.- Estela Jiménez sube a la canastilla y manipula el brazo hidráhulico que la acerca a los cables transportadores de la corriente eléctrica con una tensión de 23,000 volts, equivalente 200 veces la energía de un casa. Un breve descuido, una mala maniobra, un error mínimo podría ser mortal. Pero ella no tiene miedo en lo alto.
Continúa su ascenso ataviada con un overol beige de algodón, un par de guantes bieléctricos, el casco de rigor y gafas. En la mano derecha, una pértiga con la cual desactivará el transformador y devolverá la corriente eléctrica a miles en la región del Valle de México; en el corazón, su historia de vida, un doble romance personal y laboral con el padre de sus hijos.
Ella sabe que está supliendo a su difunto marido, que tomó su lugar después de la muerte de éste por covid hace dos años y quedó viuda con dos bocas que alimentar, sin experiencia laboral y un luto a cuestas.
“Solo sabía en ese tiempo que debía salir adelante”, recuerda a la distancia, convertida en una de las primeras mujeres “linieras” del país, de las que suben a los postes para componer cables, transformadores y fusibles dañados que dejan sin corriente eléctrica a los usuarios de una de las empresas de electricidad más grandes del mundo.
La paraestatal Comisión Federal de Electricidad (CFE), creada en 1937 para dar pie a la nacionalización de la industria eléctrica, es la responsable de dar luz a los mexicanos: alrededor de 120 millones de personas dependen de 93,184 trabajadores de cuatro áreas: generación, transmisión, distribución y suministrador de servicios básicos.
Las linieras salen a ver las causas de los apagones que pueden ser desde un pajarito o un gato que hace chocar los cables allá en lo alto de los postes o los sismos, la lluvia, el viento. En uno de los aguaceros más recientes de la Ciudad de México, por ejemplo, los aires de primavera dejaron de un tirón sin corriente a 148,731 usuarios afectados y sus familias.
Con eventos así, los transformadores explotan, sacan chispas, truenan con estrépito en un dueto dramático con el sonido de los rayos que se estampan con los pararrayos. Es más ruido que otra cosa, pero la gente de asusta y quiere la luz rápido para no quedar penumbras, para que el guisado se termine de calentar en el microondas, para que el internet no los deje sin redes sociales…
Entonces llaman al 071 y desde ahí pasan el servicio a las cuadrillas de continuidad y los linieros y linieras salen a atender la falla. Estela Jiménez, entre ellos, con sus 28 años de edad en el bolsillo.
Mientras se acerca al cableado y estira el brazo para dar extensión a la pértiga bien puede recordar el porqué está ahí. Después del velorio de su esposo, los jefes se acercaron a ella para darle el pésame, mostrar solidaridad y hacerle una pregunta que le cambiaría la vida: ¿le gustaría ocupar el puesto de ayudante de liniero que dejó vacante su esposo?
A finales de 2020 ella era una ama de casa tradicional que dependía totalmente de un marido quien pagaba las cuentas, llevaba a la familia en el coche de aquí para allá, era el proveedor absoluto hasta que se lo llevó la pandemia.
“Sí, sí quiero”, respondió.
Así pasó a ser ella misma su todo. No solo su propia cocinera, la de la limpieza de su hogar, la jefa de familia, la maestra de sus hijos sino una de las responsables de que el municipio de Nezahualcóyotl, el de mayor densidad geográfica de México, nunca deje de tener electricidad.
Al principio se deprimía solo de ver el uniforme que el padre de sus hijos usaba en vida. Luego aprendió a hacer lo que él hacía. Tomó cursos de capacitación para entender la corriente eléctrica, aprendió a manejar su auto y las grúas de la CFE. En pocas palabras, a ser autosuficiente.
“Soy más capaz de lo que nunca creí”, piensa y empuja la pértiga y cierra las canillas del portafusible. Energiza el transformador y éste vuelve a los 23,000 volts de la media tensión a la baja tensión de 127 volts. Así vuelve la luz a los hogares.
Estela Jiménez suelta lágrimas de dolor y felicidad. Sufrimiento, por el precio que pagó para estar ahí; júbilo, por el fruto, como en un parto, un alumbramiento.
CUESTION DE TIEMPO
Hace unos días, Ariadna Luciano hizo su primer trabajo conocido en la jerga de la CFE como “solo (sola)”. Esto quiere decir que nadie la acompañó, que no tuvo un ayudante que “le echara aguas” en caso de que se distrajera o si un cable se soltara o cualquier otro imprevisto que implica un 100% de concentración.
Se había preparado mucho en cursos y observando a sus compañeros. De alguna manera ha sido autodidacta desde que entró a los servicios de limpieza de la empresa. Veía de lejos a los linieros salir a toda prisa con sus uniformes, arneses y barbiquejos; armandos con pinzas y ponchadoras. Intrépidos. “Yo quiero ser como ellos”, pensaba.
Con esa inquietud conoció a Estela Jiménez cuando fue a pedir una oportunidad al área de Distribución y Transmisión para aprender a ser liniera después de que terminaban sus horarios de limpieza… ¡y se la dieron!
El superintendente de Zona Nezahualcóyotl, José Hernández, lo aceptó naturalmente. Dijo que, nunca hubo una negativa para aceptar mujeres en la CFE, sino que no era común que lo pidieran como en últimos años que hay más interés y acercamiento de ellas para meterse en el mundo de la industria eléctrica mexicana tradicionalmente dominada por hombres.
“Ahora hay trabajando unas 20 mujeres en labores de campo, no en oficinas; cinco de ellas en los cables”, precisó.
Pero el interés de muchas viene también de una estrategia que arrancó formalmente en 2019 con la creación de la Unidad de Género en la paraestatal.
El ideal de Nambé Durán, la encargada del proyecto, es que en un futuro la paridad de trabajadores sea de un 50% de hombres y un 50% mujeres. Actualmente solo hay una mujer por cada cuatro trabajadores. Esto es, alrededor de 23,000 de los más de más 90,000 empleados.
“La CFE se construyó hace 80 años, por hombres con visión de hombres para hombres y no se visualizaba que hubiera un espacio en la industria para ellas”, detalla.
Con ese conocimiento han tratado de revertir las causas con una política interior que pone el ojo en el tema. Han editado y distribuido entre el personal material didáctico como la Guía para el uso de lenguaje incluyente no sexista; el Manual para la prevención, atención y sanción al hostigamiento sexual o el Programa de igualdad de género e inclusión de la CFE con 89 órdenes de acción.
La historia de un proyecto de electrificación en la sierra de Zongolica, Veracruz, quedó también documentada en un librito de 50 páginas que da cuenta de por qué hay que poner el foco de la electricidad en las mujeres a quienes, después de capacitarlas, han logrado autogestionar sus propios paneles solares.
Con base en su propia historia, Nambé Durán tuvo otras ideas para incorporar a las mujeres a la CFE. Recordó que cuando fue por primera vez a una planta generadora de energía y se vio tan impresionada por ésta se preguntó a sí misma por qué no quiso ser ingeniera si creció en una familia que la hubiera apoyado en cualquier cosa que ella se hubiera propuesto.
La respuesta fue obvia: porque nunca tuvo un referente cercano. “Nunca vi a una ingeniera, a una electricista”, cuenta.
Para revertir ese desconocimiento general, la Unidad de Género de la CFE comenzó a llevar a preparatorianas de visita a las centrales de electricidad, para que conozcan a las trabajadoras y se sientan inspiradas o despierten la curiosidad. También producen cápsulas, videos y postales con historias de vida y los promueven entre las jovencitas. Es un proyecto a largo plazo.
El año pasado la unidad editó el libro “Mujeres en la Industria Eléctrica Mexicana” con 34 historias de mujeres en la CFE: ingenieras, arquitectas, electromecánicas, choferes, auxiliares de servicios, contadoras, topógrafas, geodestas, abogadas, topógrafas, y por supuesto, linieras.
Todas seducidas por trabajos extraordinarios. Sea por las terracerías más recónditas o los reactores nucleares; por la ciencia exacta o los potreros y el sol, el trabajo al aire libre; por las plantas hidroeléctricas y los desarmadores. O todo a la vez.
EN EL TERRENO
Si hay que describir el papel de las mujeres de hoy en la industria eléctrica, Eva María Lara, Superintendente de Zona Distribución Polanco, lo tiene claro: “Somos un parteaguas”.
Cree que a partir de estas generaciones ya no habrá tanta resistencia al cambio. De hecho, ella afirma que “casi nunca” ha tenido problemas con sus compañeros por razones de género a pesar de que a veces es la única mujer entre 50 hombres que asisten a una reunión a recibir sus instrucciones o tomar decisiones.
“Estamos en un momento en el que importa menos si eres hombre o mujer, siempre y cuando sepas hacer las cosas”, detalla.
Eva María Lara es la primera responsable mujer de que tengan energía eléctrica los más de 280,000 de la colonia Polanco y sus alrededores en la Ciudad de México, una de las zonas más ricas del país, donde el nivel socioeconómico implica mayor exigencia y vigilancia, donde están algunos de los principales hospitales, plazas comerciales y empresas.
Su interés por la electricidad viene prácticamente de un acto de rebeldía. Cuenta que, en la secundaria, ella quería tomar el taller de electricidad pero los profesores no se lo permitieron: “Es solo para niños”, le dijeron. Ella habló con su mamá y ésta a su vez lo solicitó a los directivos. La respuesta fue la misma: los cursos de corte y confección son para las niñas.
“Esa situación me dio mucho coraje y mucha inquietud”, recuerda en entrevista con este diario.
Por eso, en cuanto tuvo la posibilidad de escoger profesión para hacer examen en la universidad, se inscribió en la carrera de ingeniería de la Escuela Superior de Mecánica y Eléctrica del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
“Eramos cinco mujeres entre cientos de hombres”.
Desde entonces, los números de mujeres en las universidades ha crecido considerablemente: en una década incrementó un 42%. De 2012 a 2022, las mujeres pasaron de ser dos de cada 10 a ser tres de cada 10 ingenieros en México, según la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior.
Al interior de la CFE, donde están llegando a hacer prácticas profesionales y servicio social más mujeres por un sistemas de cuotas en ciertas áreas que da prioridad a ellas. La experiencia y la capacidad de las más jóvenes suplirá poco a poco a los jubilados. Irán ascendiendo como ya ocurre con las linieras.
El interés de Estela Jiménez es pasar de ser ayudante de liniero a liniera titutar y está tomando varias capacitaciones; Ariadna Lucino, va por los más altos voltajes y quiere operar la “línea viva” que implica saber reparar los averíos de los voltajes en las ciudades. “Es mucha responsabilidad y mucha adrenalina”, resume.
Sintió una primera descarga del significado de su trabajo en cierta ocasión que acudió junto a otro liniero a una unidad habitacional en la colonia Pantitlán para reparar una falla. Después de una horas de maniobra e incertidumbre, de manipular la grúa frente a una docena de usuarios furiosos, volvió la luz. Los vecinos aplaudieron y lanzaron vítores.
Ariadna Lucino sintió latir su corazón de puro orgullo y supo, entonces, que estaba en el lugar correcto, que no le hacía falta ser hombre para ser parte de la industria eléctrica y que debía hacer caso a algunos de sus compañeros que le aconsejaban a diario un máxima de vida:
“Aplicar más maña que fuerza”.
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