MEXICO. – Antonio Pérez Garibay (Guadalajara, 1959) tiene una casa-oficina en la Ciudad de México. Está instalado: es su centro de operaciones después de dar la vuelta al mundo junto a su hijo, el campeón de Fórmula 1 Checo Pérez, quien lo observa en fotografías el camino político que ha tomado su padre.
“Quiero ser gobernador”, dice sin titubeos en entrevista con este diario. Hasta hace poco aspiraba a ser presidente de México, pero lo ha pospuesto a favor de otra carta que asoma más fuerte en Morena: la hoy alcaldesa de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.
Tiene mucho que contar y para extenderse sobre sus planes políticos o recordar sus luchas y las de su hijo, se dispone a un recorrido con este diario por su espacio: un departamento en el corazón de una de las zonas empresariales más importantes del país.
Pero su candidatura va más allá de la geografía porque se irá hasta Los Angeles a ayudar a hijos de jaliscienses deportados que se quedaron sin padre porque él sabe lo que es crecer sin padre y apañárselas por sí mismo: fue bolero, mesero, medio carpintero y lavacoches, eso se verá en el trayecto por la estancia.
“Aquí es donde veo las carreras de Checo, cuando no puedo estar con él”, dice al acercarse a la sala que combina sillones color gris con coloridos adornos: máscaras de lucha libre, gorras del Checo, jarrones decorados con trozos minúsculos de madrea, una bandera de México y, en la mesita de Centro, un tótem oaxaqueño con dos toros de la escudería de Red Bull.
Antonio Pérez Garibay suspira. Ver a su hijo en la televisión no es su modo favorito pues lo ha visto encumbrarse más de cerca, como su principal promotor y porrista desde que Checo muy pequeño y hasta que, en los últimos 12 años, escaló en la máxima categoría del automovilismo donde ha cosechado 1255 puntos, dos poles, 28 podios y cinco victorias.
Pero ahora es lo que hay: verlo de lejos mientras atiende asuntos como diputado federal por Morena en San Lázaro, la sede de la Cámara Alta, y preparara sus propias estrategias en busca de la candidatura de Morena. Está de vuelta.
“Abandoné Jalisco por seguridad”, cuenta.
Fue hace unos años. Después de que un medio de comunicación publicó cuánto había ganado Checo en una carrera (una cifra que era mentira, dice) y por eso intentaron secuestrarlo junto con sus hijos. “Regresé porque quiero que Jalisco sea un lugar más más seguro”, detalla.
La decisión no es cualquier cosa. El estado es la cuna de uno de los cárteles que se disputan el territorio en México para sus diversas actividades ilícitas, para el trasiego y fabricación de drogas; para extorsiones, secuestros, cobro de piso; para llevarse entre los pies a mucha gente con asesinatos, desapariciones.
“Sé todo lo que está pasando”, acota como legislador que forma parte de las tres comisiones de seguridad, en las que hacen leyes para la Marina, para la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y Seguridad Ciudadana”, observa.
“Sé lo que le duele al estado, ¿si me entiendes? Es una tristeza que estén desapareciendo a sus hijos, pero quiero decir que yo tuve una madre que fue sirvienta y tuve un padre que fue albañil, sé lo que es la pobreza y no me pueden platicar de la riqueza, nadie me puede mentir”.
El diputado Pérez Garibay narra sus planes de futuro frente a una pared que resume también su pasado. Ahí está un recorte de periódico donde él promete “Carrera sin Freno hasta la Fórmula 1” desde marzo del 2000 y dos jóvenes pilotos a lado de Carlos Slim hijo, su padrino.
—¿Cómo conoció a los Slim, parecería algo muy complicado?— se le pregunta.
—Una cosa lleva a otra.
Si desandamos el camino de Antonio Garibay, según sus propias palabras, codearse con los Slim fue un proceso que inició cuando el diputado tenía seis años y era bolero de zapatos que cargaba siempre una caja de madera donde cargaba las grasas para ganarse el pan y darle a su madre el 50% de las ganancias.
Luego empezó a invertirlo para hacer más carretas de madera y venderlas a sus colegas boleritos. “En Guadalajara hay un monumento a los Niños héroes que tiene dos bajadas (rampas), una a la derecha y otra a la izquierda, y ahí jugábamos y disfrutaba mucho”, recuerda. “Por ahí rentaba una revista que se llamaba Automundo deportivo y como no me alcanzaba para comprarla, la rentaba por un peso”.
Al leerlas se inspiraba para pintar la madera con decorados al estilo de la Fórmula 1 y así empezaron a gustarle los coches. Por eso fue a ofrecerse a un taller mecánico como trabajador, para conocer los motores, aunque finalmente lo contrataron para lavar las carrocerías.
En esas estaba, limpiando cuatro o cinco por día, cuando llegó un carro de carreras. Limpiándolo conoció al dueño del coche que a la vez era el propietario del taller mecánico.
“Me preguntó por qué me gustaba lavarlo y ya en confianza le dije que por qué pero también le hice saber que esos carros no se deberían lavar con agua (según las revistas), sino con WD40 y toallas azulas de fibras muy resistentes”.
Así conoció a Paco Fierro, quien lo invitaba a las pistas, empujándolo a correr y así fue embaucándose con las carreras, ganando competencias, hasta que el dueño terminó regalándole el auto. Para esos tiempos, Antonio Perez Garibay se había comprado un taxi y piloteaba ambas naves. “Llegaba a las pistas arrastrando el coche de carreras en el taxi”.
En 1987 fue campeón nacional aunque se aplastó dos vértebras , la octava y la novena dorsal. Recibió el premio, se la cayeron los pantalones al levantarlo por la falta de maestría con el vendaje y, al final, tuvo que dejar de correr, pero había aprendido mucho de cómo buscar patrocinios y se volvió representante de Adrián González, otro de los más afamados pilotos de México.
HOMBRE DE FAMILIA
Antonio Pérez Garibay sigue el recorrido por su departamento. Ahora frente a varios trajes de automovilista de nómex, una fibra resistente al fuego, que decoran el costado de la barra de la estancia, donde hay botellas de tequila aunque él no bebe ni una gota de alcohol. Es un hombre de familia. Y lo demuestra a cada paso, incluso en cada día de abstinencia.
“Mi papá tomaba mucho y yo empecé a tomar mucho de joven y a cometer errores y por eso cuando mi esposa se embarazó de mi hija Paola, dije ‘no quiero tener la vida de mi papá’”.
De eso han pasado 38 años.
Cuando Antonio Pérez Garibay tenía 11 años, sus progenitores intentaron reconciliarse. Su papá vivía en EU y un día regresó a Guadalajara por el Mundial de Fútbol y de paso convencerlos de que hicieran una familia.
En el intento, emigraron los tres a Nogales, Arizona, donde el niño Antonio trabajó repartiendo periódicos, la madre limpiando casas y el padre en la construcción. Después de nueve meses se dieron cuenta de que no había modo de entenderse madre e hijo regresaron a Jalisco.
“Me gusta mucho este espacio, es muy deportivo”, cuenta de vuelva al presente sobre los trajes de nómex: el de Adrián Fernández, el de Checo Pérez cuando fue campeón de la Fórmula 3 y otro de cuando éste se accidentó en Mónaco. “Si lo notas bien, el traje está cortado porque lo cortaron con una tijera en el hospital”, detalla.
La vida de los padres de los corredores de Fórmula 1 es cruel y épica al mismo tiempo. “Cuando están en competencias son días muy intensos terminas como un hilacho, te exprimen, te destruyen porque estás con toda la adrenalina al máximo, tu hijo está corriendo a 400 kilómetros por hora, se está jugando la vida pero luego gana y dices. ¿qué hago con todas las emociones?”.
Antonio Pérez Garibay cree que por eso la mayoría de los padres de los pilotos trata de llevarse bien. Particularmente él tiene mucho afecto a su tocayo Anthony Hamilton, padre de Lewis Hamilton, el campeón británico de ascendencia negra.
El 10 de octubre de 2022, los Antonios se robaron la atención en el Gran Premio de México cuando Hamilton le dio un beso en la mejilla a Pérez Garibay mientras sus hijos estaban en el podio. “Ese fue un beso que significa mucho para mi”, reconoce el diputado, camino hacia otras fotos colgadas en la casa-oficina.
“Los Hamilton batallaron para ser parte de la Formula 1, como nosotros , yo en México y ellos en Europa. El beso en México respondió a otro que yo le di en Inglaterra porque estaba cosas muy lindas de mi hijo y eso me motivó a dárselo”.
La fotografía del beso en México la tomó su hija Paola Pérez, quien es la mayor de los tres hermanos y ha tenido una papel clave como promotora aunque era también buena piloto, “incluso mejor que sus hermanos”, dice el padre. “Pero se inclinó por ser empresaria del automovilismo, en buscar patrocinios. Lo mismo que hacía yo en Guadalajara, pero ella por el mundo”.
EMPRESARIOS Y POLITICOS
Antonio Garibay se dio cuenta de que sus hijos tenían talento porque ganaban las competencias a pesar de que no dormían bien (para no gastar en hotel lo pasaban en el coche); de que comían mal por falta de dinero (compartían una hamburguesa con papas para todos) y de que no entrenaban lo suficiente por falta de pistas.
Convencido de su valía pidió ayuda a Carlos Slim hijo, a quien conoció cuando ganó la copa Marlboro en 1987. El empresario le dijo que sí le gustaría ayudarles siempre y cuando el padre se hiciera a un lado en las decisiones de cómo, cuándo, dónde y con qué patrocinios correr.
—Lo que yo decida lo tienes que respetar.
Pérez Garibay insistió
—Si quieres te los doy hasta con acta de nacimiento— bromeó.
Checo tenía 14 años, el hermano Antonio 17 y Paola 20.
“Decidí que ella fuera la intermediaria para hablar de esos temas con Carlos y desde entonces tenemos una bonita amistad”.
Un día fueron a una discoteca por el norte de la Ciudad de México y al salir fueron a una taquería callejera. Todos comieron ahí y, cuando Pérez Garibay quizo pagar, el taquero no lo permitió.
—Se enoja mi carnal— dijo.
—¿Quién es tu carnal?
—Pus… Carlos.
“Carlos (padre) es un gran ser humano, sencillo, íntegro y ha hecho una familia maravillosa”, dice el diputado frente a un oleo del empresario mayor que está montado justo arriba de una mesa donde hay fotos de sus nietos y de frente a otra figura: el presidente Andrés Manuel López Obrador en fotografía que observa la mesa y otro AMLO de peluche vigila la cocineta.
El presidente se ha referido al papá de Checo como un “amigo” en algunas conferencias de prensa y Antonio Pérez Garibay hace lo mismo. Le gusta ser amigo de todos los expresidentes y del actual. “Yo no me compro gripas ajenas”, describe poco antes de volver al tema de la gubernatura y su principal reto: la seguridad.
Da la vuelta al muro que divide la sala y el comedor para revela parte de lo que sería su estrategia frente a la violencia usando la técnica Telemetría de la Formula 1.
“Cuando llegan los autos a una pista dan una vuelta y la información que levantan ahí la mandan a su bunker: Honda, a Japón; Mercedes Benz, a Alemania; Ferrari a Italia y Renault a Francia… si esa información se quedara en la pista sería sobornable. Entonces, lo mismo pasa con la seguridad, necesitamos un búnker de inteligencia fuera”.
¿Qué va a hacer con esa información en el exterior? Usarla para bien, afirma:
“Si un día me quieren matar que me maten, pero no voy a ser empleado de la delincuenciua, si tengo que perder la vida por intentar hacer el bien, no pasa nada, estoy dispuesto a irme”.
No tiene miedo.
“He sido el orgullo de mis hijos hasta ahora. Y de ahora en adelante seré la deshonra o el orgullo de mis nietos. Soy un hombre íntegro, por eso tengo los amigos que tengo, los 20 empresarios más importantes de este país son mis amigos, los 20 políticos más importantes de este país son mis amigos”.
El diputado se ha sentado en el sillón donde suele ver las carreras de Checo, sonríe. Está consciente que no es el tiempo deportivo, sino político. En todo caso, otro tipo de adrenalina.