CIUDAD DE MÉXICO- Paulina Carrasco no volvió a sentir el mismo placer sexual hasta 19 años después de que se hizo la vaginoplastia, la cirugía de afirmación de género. Durante ese tiempo tenía un debate entre la felicidad que le daba su cuerpo de mujer y la sensibilidad que perdió cuando le quitaron los órganos masculinos.
“Había trabajado mucho en lo físico, pero no en otros aspectos y eso me afectó”, cuenta en entrevista con este diario a dos décadas de su experiencia, un tiempo paralelo a la atención de las políticas públicas para la comunidad transgénero en algunas zonas de este país.
Paulina es hoy una activista y sicóloga que busca dar la justa dimensión al impacto que tiene una persona trans para someterse a una intervención quirúrgica para la adecuación genital que puede ser de varios tipos:
La vaginoplastia (formación de una vagina, como la que ella se hizo); la faloplastia (construcción de un pene); la escrotopastia (formación de sacos escrotales); la mastectomía bilateral (remoción de ambas mamas); así como la gaginectomía (remoción de la vagina).
“No he conocido a una chica que me haya dicho que está arrepentida pero lo que siento es que, en el fondo, hay mucha disconformidad porque quizás no era lo que esperaban”, cuenta en entrevista con este diario durante una visita a la Unidad de Salud Integral para Personas Trans de la Ciudad de México (La Unidad).
Paulina Carrasco hace constantes visitas a esta clínica de salud que tiene dos años de funcionar con presupuesto público del gobierno capitalino. Entra, sale, da pláticas, narra sus experiencias y da apoyo sicológico a “sus pares” como lo hace en su consultorio de terapeuta privada, donde encontró un nicho dual de apoyo a otras como ella.
“Después de la cirugía de afirmación de sexo se tiene trabajaren en el interior, hacer terapia, mejorar los pensamientos, la energía, las creencias y la parte espiritual; si no lo haces, se va a seguir pensando que la cirugía va a resolver toda la problemática de la vida trans”.
Por ese camino, precisa, lo que suele pasar es que, quienes se someten al proceso quirúrgico sufren un “encontronazo” al darse cuenta de que, a pesar de todo, siguen las mismas angustias, inseguridades y la depresión porque la cirugía genera muchas expectativas.
La ley
El Estado mexicano ha sido ambiguo en el tema de las operaciones quirúrgicas para la adecuación genital. Si bien no se impide que se hagan, tampoco es explícito para aceptarlas y a menudo deja sin presupuesto al protocolo de atención.
Hugo Guillermo Cornú, director de la Unidad de Salud Integral para las Personas Trans, reconoce que solo en dos hospitales públicos se hacen las cirugías de ese tipo para las personas trans y ambos son de nivel federal: el General de México y el Manuel Gea González.
“Correspondería al congreso de la CDMX que se autorice aquí”, destaca.
En 2019, la diputada Gabriela Quiroga presentó una iniciativa de ley en el legislativo local para que la Secretaría de Salud capitalina asumiera los costos de las cirugías, las terapias hormonales y la atención especializada de las personas transgénero.
La iniciativa no prosperó y dejó a los interesados prácticamente en manos de clínicas particulares porque llegar a las cirugías que hace el Estado mexicano requiere un proceso largo que puede extenderse por años entre pruebas sicológicas y de experiencia de vida como vestirse y vivir con la apariencia y conducta del género que se quiere afirmar.
La lista para poder acceder a la operación en los hospitales públicos es larga (de hasta cinco años, según algunos casos) y no es totalmente gratuita, sino que se pide una “cuota de recuperación” que, según el tabulador actualizado en 2018 en el Gea González, es de 30,000 pesos (alrededor de 1400 dólares en el tipo de cambio actual).
Paulina Carrasco hizo en su momento todo el proceso para afirmarse como mujer y cuando la enviaron al área de cirugía plástica, el cirujano se portó “grosero” y le dijo que ahí no hacía la vaginoplastia: “Me tocó un médico transfóbico y yo estaba tristísima”.
Buscó opciones en la medicina privada y encontró al médico que consideró adecuado, pero le cobraba 130,000 pesos (unos 6,500 dólares) y por eso se puso a trabajar como bailarina erótica en un club nocturno. “Como estríper, en menos de cuatro meses junté el dinero”, cuenta.
El problema en ese tiempo fue, más bien, la incomodidad de ocultar sus genitales. Paulina Carrasco cuenta que hay una práctica que se llama “truquear” y esto implica sentarse arriba de ellos o vendarlos. Ambas estrategias suelen ser muy dolorosas. Aún así, ella lo hizo desde los 15 años hasta que la operaron.
Decisión de vida
Finalmente se hizo la vaginoplastia. Esto implica abrir una cavidad donde no había y acomodar las terminales nerviosas y sensitivas del miembro masculino a una construcción femenina. La operación dura entre ocho y 10 horas y después se requiere de mucho reposo.
Físicamente, la vulva de Paulina Carrasco quedó como ella la quería. Solo tuvo que hacerse dos retoques para que le quedara “como de japonesa”, como lo había visto en el cine porno. Por lo demás, evaluó la profundidad como adecuada y todo iba bien excepto por la falta de sensibilidad.
Primero tuvo una infección porque siguió trabajando como estríper y se desnudaba para presumir su nueva condición de mujer y, “como niña con juguete nuevo”, dejaba que la tocaran en las presentaciones.
Entonces le salieron unos granitos. Tuvo que volver al médico que la operó y éste le explicó que tenía que ser más cuidadosa con la higiene en su nuevo rol, que los órganos femeninos son más delicados, fácilmente se contaminan, a diferencia de los masculinos. Una atención extra.
“La cirugía de afirmación de sexo se tiene que pensar y repensar porque no hay marcha atrás y luego hay un órgano fantasma que quiere decir que cuando se quita una parte del cuerpo éste tiene una memoria sensitiva, síquica y energética y cuando la retiramos el cuerpo sigue teniendo esa memoria y por eso no se encuentra la sensibilidad”, dice Paulina Carrasco.
En otros casos, ocurre que hay cirugías mal hechas o descuidos del paciente. Paulina pone el ejemplo de una amiga de nombre Ingrid que se hizo la vaginoplastia con su mismo médico y la cavidad se le volvió a cerrar y solamente podía orinar. “El médico trató de arreglarlo pero no quedó bien”, detalla.
Fue muy raro porque en otros casos no hubo problemas.
“Una hipótesis que hace mucho sentido es que Ingrid hizo algo mal en el procedimiento de recuperación porque lo más importante durante las primeras semanas después de la operación es tener metido dentro un consolador para que no se cierre: porque la carne está viva y si no hay algo que la separe se vuelve a cerrar”, detalla.
“Por eso es importante dar un seguimiento, un acompañamiento físico y sicológico”.
Para el tema del apoyo se creó en 2021 la Unidad de Salud Integral para Personas Trans en la capital mexicana que brinda las terapias hormonales, asesoría jurídica, sicoterapias, sicoeducación y acompañamiento familiar e individual. No hacen intervenciones quirúrgicas.
Guillermo Cornú, el director, reconoce que ha sido de mucho valor poder dar un espacio especial a este grupo vulnerable que, cuya edad promedio de vida es de 35 años debido a la precariedad en las que viven: no les dan empleo, son maltratadas, marginadas y asesinadas, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
De acuerdo con la organización civil “Letra S, Sida, Cultura y Vida”, los asesinatos de odio de personas LGBT+ en México aumentaron el año pasado un 11.54%, al registrarse 87 casos frente a los 78 de 2021, y la mayoría de las víctimas fueron mujeres trans.
“Por eso se debe cambiar la mentalidad del área médica y entre los políticos porque siguen considerando que las cirugías para reasignación de género es estética o es capricho y creen que es como tirar el dinero a la basura y que debería de usarse en otra cosa”, detalla Cornú. “Si el Estado apoyará más con esta situación se podrían hacer procedimientos quirúrgicos adecuados”.
A la Unidad no han llegado hasta el momento algún caso de mala praxis en las cirugías genitales, pero sí en casos de otro tipo de intervenciones como implantes de mama, glúteos o por el uso de aceites y otras sustancias que pueden derivar en dolores agudos, pus, falta de cicatrización úlceras y hasta cáncer.
No existe hasta el momento una cifra nacional de cuántos casos de este tipo han sufrido las personas trans porque la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (Conamed) sólo registra la cifra total de quejas de pacientes por cirugía plástica y estética sin especificar más detalles de los quejosos. Entre 2002 y 2022 solo tiene el registro de 578 casos.
Organizaciones como Brigada Callejera, que canaliza casos de este tipo a La Unidad, calcula que el nivel de denuncia es de menos del 1% porque falta de confianza en el ministerio público, por miedo o desconocimiento.
Finales felices y otros tantos
En tiempos recientes, las personas trans ya no apuestan únicamente a la masculinización y feminización de su cuerpo y la demanda de cirugías para la adecuación genital no es la misma. “Antes se creía que si eres trans tienes que hacer todo para verte como una mujer sisgénero (heterosexual), igual con los hombres. Hoy ha ido cambiando mucho porque hay muchas posibilidades”, explica Cornú. “Puede haber mujeres que tengan una vulva y otras que tengan un pene y eso es parte de lo que cuesta trabajo entender”.
Para Paulina Carrasco adecuar su sexo sí era importante. Pero con el tiempo descubrió que si quería disfrutarlo tenía que trabajar en algo más. Lo entendió cuando inició una relación con un hombre trans hace un año que le enseñó a explorar su sensualidad y sexualidad.
“El tenía mucha experiencia y yo quería abrirme al amor. Un día me dijo ‘Paulina este es el manual de tu vagina’ y así la descubrí como tocarme y dejar que me toquen como mujer y, al fin, pude tener un orgasmo”.
La aceptación
El común denominador de las personas transgénero que logran una vida satisfactoria en todos los sentidos es la aceptación. Principalmente de la familia y de ellas mismas.
Tal es el caso de Paulina y de Gabriela Elliot, de 66 años, quien se hizo la vaginoplastia en Tijuana hace 20 años con un médico particular después de que su propia madre le ayudó a sacar un acta de nacimiento con un nuevo nombre.
Ella recuerda con cariño al médico: se llamaba Eduardo Guadiana Aguirre. La preparó sicológicamente durante siete meses y luego la citó al quirófano. ¿Está preparada?, la cuestionó. “A eso vine”, respondió ella. No salió corriendo como muchas, según dijo el doctor y siguió para adelante.
Tuvo suerte, reconoce. Hubo casos de otras chicas que las dejaron mal, sin la profundidad adecuada o sin estética.
Tras la operación ella fue trabajadora sexual, bailarina y cocinera, pero su nueva condición de mujer la llevó a un trabajo menos arriesgado en un hospital, donde se jubiló hace poco en la Ciudad de México.
“La reasignación de sexo me dio mucha seguridad y me abrió muchas puertas o hubiera terminado en la desgracia”, destaca.
Gabriela acabó la primaria con mucho trabajo porque era una víctima constante bulliyng en la escuela: la golpeaban, le decían puto. Se salió y empezó a conocer gente como ella y así hizo amigas para toda la vida que tomaron caminos diferentes. Ella se operó y así salvó la vida.
Dice que las circunstancias la orillaban a la prostitución y en los años 80 del siglo pasado esa actividad en la CDMX era medio suicida, dice. A las transgénero las llevaban a la cárcel sin orden de aprehensión, las rapaban, las pateaban y otras humillaciones.
“Somos solo cinco o seis personas sobrevivientes de esos hechos, las otras murieron en la calle. Muy triste”, concluye. “Menos mal que ahora es otra época”.
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